viernes, 30 de agosto de 2013

Mezcla de Orgullo Gay y Mundial de Fútbol



La suma de sus símbolos resulta en este otro. La síntesis me parece más interesante que cada uno de los dos símbolos por separado. Qué pena que no se haya inventado el concepto que le de significado.

¿A usted qué le parece?, ¿qué podemos abanderar con esta imagen?

lunes, 26 de agosto de 2013

Soy diseñador.

Ahora mismo he visto esto en el suelo y me he dicho: "voy a hacer una foto".


Las colillas llevaban tiempo ahí. Estaban pisoteadas y supuraban un caldillo negro. Algo repugnante, sí.

He elegido la resolución, le he quitado el flash para reflejar bien la crudeza de la estampa y he encuadrado pero no conseguía nitidez. Me he dado cuenta de que tenía que ponerlo en modo primer plano y he vuelto a encuadrar. He tirado la foto. Pero no podía irme así como así. Me quedé un rato en cuclillas, mirando. Con ansiedad, no sé.

Hice esto:


Y me he quedado un poco preocupado.

viernes, 23 de agosto de 2013

El blog cumple una semana con la Señora Remmy


– Señora Remmy, ¿se da cuenta? Hemos mantenido una semana el blog.
– Yo no he hecho nada.
– Sí que ha hecho. Forma parte del espíritu del blog.
– Habrá sido sin mi consentimiento.
– No es una cuestión de pedir permiso. Depende de la gente.
– Cuando dice gente querrá decir usted. No hay nadie más.
– Sí, en parte. Pero también cada una de los lectores.
– ¿Qué lectores?, ¿alguien lee lo que decimos?
– Pues eso. Sí, los lectores. Aquellos que nos han estado acompañando toda esta semana. Por ejemplo, recordemos a "Diablo" que apareció de la nada.
– ¿Quién?
– Y a Mysticyoda que nos sigue. Mire, ahí, ¿ve?
– ¿Se refiere a la silueta que ha aparecido arriba a la derecha?
– Sí, claro. Es un seguidor. Es muy importante un seguidor.
– ¿No se pueden poner muchas siluetas arriba a la derecha? Si es tan importante...

– No, señora Remmy. Las siluetas aparecen solas.
– ¿Quiere decir que el espíritu del blog consiste en que salgan siluetas en la esquina?
– Mmm... bueno, no. El espíritu del blog consiste en compartir, cruzar ideas, experiencias, emociones, ¿sabe usted? Compartir.
– Compartir todo eso con las siluetas de la esquina.
– Sí, de alguna manera. Se puede decir así.
– ¿Aunque no digan nada?
– Pero están ahí.
– Definitivamente no quiero formar parte del espíritu del blog.
– Queremos agradecer a nuestros lectores que hayan hecho posible este blog durante una semana.
– ¿Cómo una silueta hace posible un blog?, ¿pero no lo hace usted?
– Señora Remmy, ¿quiere usted dar su impresión de esta semana?
– No.
– Gracias, señora Remmy.

domingo, 18 de agosto de 2013

Las enseñanzas de Don Manolo 2



Esta historia viene de aquí.

Quería meterme en la boca el chopito pero no me encontraba preparado. Sostuve el manjar haciendo pinza entre mis dedos índice y pulgar. Lo elevé por encima de mi cabeza, interrumpiendo la luz del sol del mediodía que azotaba con fuerza. Visto así el pequeño animal emitía nobleza y poder. Sus tentáculos barnizados por la masa dorada parecían replegarse, protegerse. "Vamos, enga", me apremiaba Don Manolo mientras él, sin ceremonias, se introducía uno en la boca y masticaba su cráneo.

Don Manolo, al ver que no era capaz de repetir el gesto llamó al señor grueso que trajo un pequeño cuenco de cerámica. Contenía un ungüento de color blanquecino. Mi guía, mi "compadre", agarró con sus grandes manos un embrión de calamar y untó su cabeza en la sustancia. "Ali-oli", lo llamó. "Así es mejor. Es más rico.".

Pregunté a Don Manolo si podía limitarme a comerme el chopito con limón y él me dijo, medio en alemán medio en español, que no hiciera nada que no deseara. "Aunque el ali-oli es algo especial", afirmó con rotundidad. También pregunté si las tripas revueltas eran a causa del ali-oli, si ése era el peligro del que debía preocuparme. Don Manolo se limitó a encogerse de hombros y engullir otro chopito untado.

Decidí que no podía detenerme allí. Tomé un chopito y tracé dos círculos dentro del cuenco. Don Manolo fingía no percatarse de mi acción. Lo metí en la boca y una inesperada suavidad me sedujo. Al apretar el embrión con los dientes noté que cedía fácilmente y eso me agradó. Golosamente repetí la operación varias veces hasta que se vació la fuente honda de barro.

Don Manolo parecía estar satisfecho aunque no mencionó nada al respecto. Dio unas monedas al oficiante y secamente dijo: "vamos al agua".

Avanzamos por los travesaños de madera tendidos sobre la arena, cada vez más lejos del pueblo. Al frente nos esperaba el mar, agitado aquella mañana. Sus destellos, únicos, querían hipnotizarnos. Una vez nos mojamos los pies el rumor de las olas parecía lejano aunque rompían a nuestro alrededor. Los pequeños calamares danzaban en mi estómago, lo notaba. Tuve la certeza de que querían regresar.

Tras un buen rato de paseo por la orilla Don Manolo hizo unas marcas en la arena húmeda con el talón y pareció decidir que aquel era el lugar. Se adentró a más profundidad y levantando ambos brazos se zambulló. No miró hacía atrás, quería que yo decidiera solo. El sol me adormecía, las chispas de las aguas rotas se desenfocaban, escapaban a mi atención. El baile de los chopitos en mi estómago me embriagaba como la dulce fatiga. Perdí el control. La llamada del mar era poderosa y mi voluntad estaba siendo anulada. Los chopitos querían regresar. Las luces del océano se apagaron.

Estaba sumergido en el agua. Don Manolo no estaba allí. No me importaba, me encontraba bien. Podía respirar sin dificultad aunque mis pies estaban apresados por el fondo de arena. Las aguas estaban iluminadas por una luz difusa. Un ruido como de batir de alas sonó en mi interior y de mi boca salieron docenas, cientos de chopitos de un brillo metálico, maravilloso, se diría que estuvieran hechos de oro. Salían nadando erráticamente, como si fueran mariposas. Tantos chopitos había que formaron una nube y oscurecieron el fondo del mar.

La nube de chopitos fue haciéndose sólida. Dibujaban un contorno en el que al fin pude distinguir una silueta de mujer. Quise hablar pero no pude. Sentía mi garganta annegada. Era indescriptiblemente hermosa pero enorme, casi el doble de grande que una persona normal. Estaba adornada con pulseras, pendientes y collares de oro. Como si fuera el retrato de un pintor, el rostro fue lo último en formarse. La mujer fruncía el ceño pero no parecía hostil. Me observaba con preocupación. Me agarró por la nuca para aproximar mi rostro al suyo y me dijo:

"¿Qué pasa en tu alma?".

La mujer me agarraba con tanta fuerza que temí que quisiera matarme. Sin emabargo lo que hizo fue impulsarme hacía arriba, liberándome los pies de la arena. Ascendía con mucha rapidez, como si cayera en sentido inverso. Miré hacia arriba y distinguí el disco solar. Una sensación de tristeza me invadió cuando supe que había traspasado la superficie del agua y me hallaba en tierra firme. El estómago me dolía y notaba acidez en mi boca. Una voz bronca iba abriéndose paso en mi conciencia: "¡Ay, ay, ay!, ¿qué te pasa mi alma?, ¿estás bien?"

Una mujer madura acomodaba mi cabeza encima de algo que podía ser una tela enrollada. Estaba muy confuso, sentía calambres en el vientre y me dolía la cabeza. Me incorporé lo suficiente para apreciar que mi cuidadora era una señora obesa y llevaba muchas joyas. Al rato sentí que perdía el conocimiento y tuve que tumbarme de nuevo.





¿Continuará el viaje interior de Hank Kächele? A saber...

sábado, 17 de agosto de 2013

Las enseñanzas de Don Manolo 1



Me hizo caminar más de quince minutos cerca del mar. El suelo estaba cubierto por un mosaico de teselas del tamaño de un torso humano. Entre todas formaban, en color sangre sobre blanco, mandalas ovalados que parecían alusivos al sol. El mismo diseño se repetía a lo largo de nuestro paseo, de forma obsesiva. Observé que Don Manolo respetaba la representación del astro y prefería arrastrar sus zapatillas de esparto cerca del borde marítimo, manchado de arena. Sentí vergüenza al darme cuenta de que yo estaba pisando el corazón de los mandalas y traté de sortear los dibujos. Me vi obligado a alternar pasitos entrecortados y zancadas. Don Manolo giró la cabeza y pareció sonreír levemente, concediéndome su aprobación.

Desde el interior de la recóndita población española, compitiendo con el olor a salitre, llegaba aroma a papas y "pescaíto", una mezcla de diferentes especies de peces que se cocinan empolvados en harina y sumergidos en un barreño negro de aceite hirviente. Tenía que recordar los matices de ese perfume para anotarlo en mi cuaderno. Así entretuve mi ansiedad pues deseaba que Don Manolo me aclarara qué había querido decir con lo de las tripas revueltas. Me contuve. Había hecho ya demasiadas preguntas. Caminé obediente, alternando pasos largos y cortos, hasta que Don Manolo anunció: "ya hemos llegado al chiringuito".

El chiringuito era una pequeña cabaña a la que se accedía a través de travesaños de madera tendidos sobre arena. Era una construcción de planta rectangular de unos cinco metros de largo, hecha con palos amarrados. Las paredes sólo llegaban al ombligo y a unos tres metros de altura, sostenido por unos fuertes troncos, habían cubierto el conjunto con un entramado de paja y ramitas. En su interior había elementos metálicos, entre otros, una superficie horizontal que recorría su perímetro. Cuando rodeamos el chiringuito vi que, en la cara orientada hacia el mar, había dispuesta una fila de postes metálicos rematados por una superficie mullida.

Me sorprendí cuando Don Manolo se sentó en una de esas estructuras que al principio creí que eran de carácter totémico. La forma de hacerlo era compleja pues los curiosos asientos eran muy altos. Se debía primero elevar una pierna hasta apoyar el isquión en el borde del remate mullido y, haciendo palanca con éste, acabar elevando todo el cuerpo hasta apoyarse bien con ambos glúteos. Imité cada uno de los movimientos y no tuve demasiados problemas. Luego Don Manolo arrugó parte de la tela de su pantalón y, elevando las rodillas de manera histriónica, apoyó el talón de los pies en un círculo metálico que rodeaba el poste vertical principal. Hice lo mismo y le miré a los ojos. Me puso una mano en el hombro y me dio un par de golpes.

Aunque el gesto pareciera reconfortante estaba cargado de severidad. Don Manolo estaba juzgando si era conveniente proseguir. Emitió un grito: "¡Joze!". Casi al instante surgió de la nada un hombre muy grueso. Se frotaba las manos en un paño blanco. Intercambió algunas palabras con Don Manolo el cual seguía con la mano apoyada en mi hombro. El oficiante del chiringuito, aunque reticente al principio, sonrió al fin, se puso el paño sobre un hombro y se retiró.

Al volver depositó sobre la superficie metálica dos recipientes de cristal colmados de vino con trozos de fruta flotando entre los que pude identificar limón y naranja. También puso, en un cuenco de barro, lo que parecían embriones de calamar preparados de forma similar al "pescaíto" que comimos la pasada noche. Además, en el borde del cuenco había un cuarto de limón partido en gajo. "Chopito", indicó Don Manolo. "Chopito rico. Sabroso", dijo mientras, por gestos, me indicaba que debía comérmelos.

Aunque estaban parcialmente cubiertos por una masa dorada pude apreciar sus ojitos y sus tentáculos. Se me revolvió el estómago. Don Manolo tomó el limón y cubriéndolo entre sus manos, lo exprimió dejando caer su jugo sobre los embriones. Me acercó el cuenco y me dijo: "Come".

Continuará si funciona. Si no pa qué.
Entrada dedicada a los chilenos insignes.

jueves, 15 de agosto de 2013

Blondie


Íntegramente editado en iphone.

Acostúmbrense a este tipo de entradas. Es lo que puedo hacer sin ser descubierto tras un mostrador.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Incorporación de la Señora Remmy



– Quería darle la bienvenida, Señora Remmy.
– Pues hágalo.
– ¡Ah! Bienvenida, Señora Remmy.
– Gracias.
– ¿Le gustaría dirigirse al público de este blog?
– No.
– Muchas gracias, Señora Remmy.

martes, 13 de agosto de 2013

Haiku´s Session Vol. 1



He estado de vacaciones. En Valladolid.

Tierra de Lola Herrera y Concha Velasco, custodia de los fonemas regulares del castellano, marcada con un monumento en forma de papiro y pluma, una estación en el Camino de La Lengua Castellana y adalid de los pavos reales albinos hasta que se murió el único ejemplar que la ciudad poseía. No dejó descendencia dado que las hembras de pavo real, ya se sabe, van a lo que van: al azul cobalto. "Todas son iguales", me lamentaba yo cuando supe de la irreparable pérdida. Lloré casualmente sobre el Pisuerga el cual discurría como sólo saben discurrir las aguas cuando no están en terreno horizontal ni cóncavo. Pensé desde el puente que en algún momento trazaría recodos y meandros pero este pensamiento no me llevó a ningún sitio. En cambio, un momento después, deslumbrado por los destellos de los patos, me reencontré con la naturaleza.

Agradecido estoy ahora al Pisuerga, a los pavos reales albinos, a Concha Velasco, a La Lengua y a los patos. Me dije: debo escribir haikus.

Como no sabía lo que era un haiku me informé en el blog el juego de hacer versos  y me ha salido esto en formato audio:

Haiku´s Session Vol. 1

A Valladolid va dedicado.

lunes, 12 de agosto de 2013

Rojo (2)





Un guardia se coloca a la espalda de la joven, pone las manos en su cintura y las desliza hacia su vientre, despacio. Aprieta su cuerpo. Quiere provocarla. Ella trata de apartarle golpeándole con una mano pero está ocupada tratando de que la cabeza de carnero no gotee sobre su ropa. El otro guardia decide que ya es suficiente. Abre la puerta y le hace un gesto para pasar. La chica se siente ofendida pero no dice nada y se pone firme. Estará a la altura de las circunstancias.

Siente cómo su rostro se enrojece al ver que nadie dentro del salón está vestido, ni siquiera una mínima tela. Parece formar parte del protocolo y se inquieta al pensar que ella debe adoptarlo. Sus cuerpos y sus rostros, debe admitir, son especialmente hermosos, tanto los de ellos como los de ellas. El Señor, también desnudo excepto por un sombrero carmesí, de figura imponente, está sentado en el trono con los pies encima de una mujer que ha adoptado la postura de un gato dormitando. Le han hecho entrar por una puerta lateral, a la izquierda del trono. Su presencia no ha sido advertida. Uno de los guardias murmura algo al oído de un efebo rubio que se dirige al centro y, en voz alta, anuncia su llegada como "la casta granjera". El Señor gira la cabeza. Observa a la joven largo tiempo, evaluando. Al fin sonríe y da una patadita en las nalgas a la mujer para que se aparte. Se ríe sin dejar de mirar a la muchacha. Hace una señal informal con la mano para que la visitante se apresure y se acerque.

La chica avanza al centro del salón tratando de no fijarse en ninguno de los presentes aunque está segura de que ellos sí están atentos a sus movimientos. Delante del trono dobla la espalda en señal de respeto, torpemente, y con ambas manos ofrece la cabeza sangrante del animal a Su Señor. Cuando él se pone de pie la joven se azora. Sólo había visto algo así en los animales y además esa cosa está enhiesta. Teme que adivinen su incomodidad así que baja la mirada sin dejar de alargar los brazos.

– ¿Has matado al animal con tus manos?, pregunta él.
– Sí, – responde la granjera tratando de aparentar firmeza.
– ¿Pero por qué un carnero?, ¿no te han dicho que quería un cordero?
– Lo siento.
– Quiero saber por qué no has matado un cordero. No estoy enfadado. Me interesa saberlo.
– No he podido, – responde la chica con franqueza. – Me ha dado pena.

El Señor se acerca a la "granjera" que no baja los brazos y trata, a toda costa, de no mirar su entrepierna.

– ¿Has serrado una cabeza y has sentido lástima de un cordero?, le dice el Señor mientras le acaricia una trenza.

La chica no sabe qué decir. Él agarra la cabeza de carnero por un cuerno, la eleva por encima de su cabeza y se deja salpicar por gotas rojas, ahora poco abundantes. El hedor empieza a ser nauseabundo. El Señor dobla la nuca y mira el interior del animal: vértebras, arterias, tráquea, los músculos desgarrados del cuello.  Se complace sintiendo la caricia de los colgajos en su rostro. La joven reprime una arcada.

Cuando acaba de degustar las entrañas frescas del animal El Señor arroja la cabeza hacia atrás como si fuera el corazón de una manzana. Un sirviente la recoge diligentemente. Se acerca a la joven, le agarra de la barbilla para que suba la mirada y mirándola fíjamente le pregunta:

– ¿Y si te encargara hacer lo mismo con una mujer?

domingo, 11 de agosto de 2013

Azul (1)




SONATINA
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.













La reina adora los días de ventisca. Desde la claraboya de la oruga sólo ve el cielo rasgado de blanco y gris. Le satisface no compartirlo con el planeo de las pardelas y fantasea con la extinción plácida de todo lo viviente. Pide al conductor que se detenga unos metros antes de lo previsto para llegar andando al laboratorio, sin acompañante. Un cortesano da una orden por radio para que vayan aclimatando la escotilla trasera. Ayudan a la reina a sellar las calcetas, el chaleco y los manguitos por debajo del abrigo de plumón. No quiere ponerse además ese espantoso impermeable reflectante pero sus asistentes deben convencerla de que es necesario por motivos de seguridad. El cochero abre la compuerta del carruaje e hinca la rodilla en la nieve. La reina no se da prisa en sacar el pie a pesar del calor perdido en el vehículo. Encima de la escafandra la mujer se enrolla una estola de foca; es una de sus extravagancias. 

En un bolsillo la reina oculta una cajita forrada de seda azul. Es un regalo para la paciente cero. La última vez que pidió entrar en la cámara de observación el responsable del proyecto se lo impidió con su habitual verborrea técnica. Pero esta vez iba a entrar con o sin su permiso. Nadie, por muy psicólogo que fuera, puede entender mejor a esa jovencita que su madre.

sábado, 10 de agosto de 2013

Verde (1)



– Agárrate a esa raíz, a tu derecha.
– No puedo ¡No llego! Me voy a caer.
– ¡Bien!, si revientas contra el suelo te llevaré para que te lean. ¡Sube!

El más pequeño de los dos hermanos chilla de rabia. Se deja las uñas para asirse a unos poros de la roca. Consigue llegar al nido. Se mete un huevo en la boca y da otros dos a su hermano mayor que sabe escalar con una sola mano. Temen que regrese el padre y les pique los ojos. Bajan a trompicones. Quién no vendrá es Nasha, la madre.

Los niños la dieron muerte la noche anterior. Una buitre mentirosa que hacía tiempo que se lo tenía merecido aunque la perdonaron por respeto a sus crías. Esta vez no podían dejar que nacieran los polluelos; necesitaban esos huevos para llevárselos a Oso. El viejo tiene prisa, está preocupado. Hace noches que no duerme revolviendo vísceras. Sólo se alimenta de musgo de río y médula de vértebras. Él dice que así las tripas confían en él y acuden antes a charlar. Está adelgazando mucho, eso es malo para un anciano débil. No pueden intervenir. Ha pedido que le dejen solo.

Los huevos de buitre salen con manchas extrañas en el extremo puntiagudo. Todos saben que las aves necrófagas son sensibles a la muerte de la carroña. Oso les enseñó que esas manchas indican malas muertes, muertes emponzoñadas. Algo anda muy mal al norte donde los buitres buscan las chimeneas para planear. Cuando llevan los huevos a Oso y éste los rompe sobre una piedra cóncava murmura que nunca había visto algo así.

viernes, 9 de agosto de 2013

Amarillo (1)


El alumno más joven de su clase, el más disciplinado de su promoción, tras doce años en la facultad y seis meses de iniciación con los ancianos, pasando calamidades sin emitir queja alguna. Allí estaba vestido de novicio en la sala de los candiles, muerto de frío o temblando de ansiedad. No tenía ambición por pasar la prueba, más bien deseaba ver el rostro de aquella mujer que sólo había conocido por sus encíclicas. La oratoria más elegante y sólida que había analizado nunca. Estaba en el extremo más distante de la sala circular. Tan sólo podía distinguir una capucha azafrán con la escasa luz que arrojaba una vela. Dicen de ella que es hermosa.

Un anciano subió al atril, pasó página al libro e hizo algunas anotaciones. Pidió que los reunidos se pusieran de pie. El examen daba comienzo:

– Presentes cuatro jueces, el secretario y el aspirante. Da la réplica La Decana. En esta ocasión, Ella ha querido iniciar el diálogo.

El novicio tuvo que secarse el sudor de las manos con el hábito. La costumbre era que el aspirante expusiera tema. Había previsto minuciosamente las posibles refutaciones, estaba seguro de no haber dejado resquicio alguno. Pero si La Decana iniciaba con una pregunta estaba perdido. Las expectativas puestas sobre él iban a salirle caras. No quería, nunca quiso, ser el alumno más prometedor. Sólo deseaba no decepcionarla.

jueves, 8 de agosto de 2013

Rojo (1)


La joven tenía prisa por llegar al salón del trono. No había sido fácil para ella decapitar al carnero, de ahí su retraso. La muchacha, casi una niña, de piel blanca, llevaba la cabeza agarrada por un cuerno, con el brazo estirado. Las arterias del cuello del animal, mal serradas, no paraban de manar sangre y goteaban sobre las baldosas de mármol. ¿Quién limpiará todo esto?, pensó la joven. Elevó el brazo para evitar dejar un reguero de manchas oscuras. La sangre viscosa tomó su brazo como canal para llegar al interior de la ropa. Sentía cómo se empapaban las enaguas desde la axila hasta el vientre. La caricia de la sangre tibia le resultó agradable y tuvo la esperanza de que la tela no pudiera frenar su descenso hasta el pubis. Al descubrirse gozando de placer sensual sintió nauseas y tuvo que detenerse a tragar una arcada, apoyada en la pared que era toda hecha de espejo. No dejó caer el encargo urgente de Su Señor. Trató de respirar para serenarse. Superó con éxito la crisis y siguió caminando con celeridad hasta doblar la última esquina del pasillo. Allí estaba la puerta de cedro tallada a partir de un sólo tronco, custodiada por dos alguaciles, casi desnudos.

martes, 6 de agosto de 2013

¡CIRUGÍA DEL ESPÁRRAGO!

Nada. Hoy no me ha dado tiempo de escribir entrada. ¡Y me lo había jurado a mí mismo! Todos los días, me dije, todos los días, no hay excusa. A ver si tengo alguna foto ambigua... tengo una bonita pero no casa con mi línea editorial. Ay, por Dios, ¿qué hago? Me duele la cabeza, pastilla, neurofen, no me queda. Paracetamol genérico, ése de la caja fea, de eso creo que hay. ¡Me desvío! A ver, pensemos, entrada, entrada. ¿Algo ingenioso? Joder, ¡cómo fuera tan fácil! ¿No me ha pasado nada hoy? Pues no, no... quizá esta noche pero... no. Ay, ay, ay... Que me tengo que ir... la tienda de suplementos de ayer, quizá, dos intelectuales y un garrulo inmune a los chascarrillos, los sabores de los botes de proteína, fresa, chocolate, vainilla y plátano. ¿Plátano? No quiero ni pensarlo, ¡dios! ¿Digo algo medio trascendente? No, hombre, de eso no sé. Venga, va, lo primero que se me venga a la cabeza. Venga, ¡va!:

¡¡¡CIRUGÍA DEL ESPÁRRAGO!!!

Y ahora una foto del google:

lunes, 5 de agosto de 2013

Me he comprado un violín


Ayer consideré necesaria e improrrogable la posesión de un violín. Y de repente, me lo compré. No me informé ni comparé precios. No crean que lo busqué de segunda mano ni acudí a una pequeña tienda que huele a madera húmeda regentada por una señora mayor que, absorta por las fotos de una revista muy atrasada, fotos cuya repetida visión le tranquiliza, sólo se asoma al mostrador cuando escucha las campanitas de la puerta, no. Me lo compré en un El Corte Inglés del centro de Madrid. Salía yo de trabajar e iba en el metro pensando: "violín" y ¡PAM!

Me invade cierta sensación de ilegitimidad. Un acto tan kitsch no puede quedar impune. Seré castigado, tengo esa certeza. No por nadie en especial, ustedes ya me entienden. Seré castigado por el Karma o por el Espíritu Cósmico del Buen Gusto Musical. Un ente justo e implacable que vigila que todos los instrumentos musicales cuya correcta ejecución requiera sacrificio sean poseídos por un niño talentoso que hasta ahora sólo podía ensayar con algo prestado y carcomido; cuya madre zurce medias, congela pan, lava a mano y se quita el pan descongelado de la boca con tal de juntar lo justo para que su hijo pueda llegar al examen del conservatorio de ese año porque si es por el padre, alcohólico y maltratador, el prodigio pecoso y patológicamente introvertido de nueve años ya estaría aprendiendo a soltar improperios desde un andamio.

Esta es la manera, ¿ven? Así me parece correcto y natural comprar un violín de iniciación.