sábado, 30 de julio de 2016

La despedida de mis hermanas





Las matronas le ayudaron a ponerse el traje rojo tradicional. Era de seda transparente con encajes en el cuello, en las muñecas y en el pubis.

– No hemos encontrado orquídeas blancas. – le dijo la más joven – pero mira éstas qué rosa tan alegre y qué bien quedan en tu pelo, ¿no estás contenta?

– Déjala descansar, aún está mareada. Ha sido un parto complicado.

Tanta gente acudió a la Despedida que buena parte tuvo que quedarse fuera del recinto sacro. La camilla apenas podía circular por el pasillo, todas las invitadas querían besar la frente de la madre o agarrarle la mano.

– Cuidado con el gotero, que vais a engancharos con el gotero...
– Estás preciosa, hermana. Que seas nutrida.
– Que la Diosa te sonría. Te echaremos de menos, dulce fruto.

La muchacha de rojo deseaba hablar pero la morfina mantenía dormida su lengua. Aquellas voces se difuminaban en un ruido promedio y la camilla traqueteaba de manera agradable, aumentando su sopor.

– Pronto nos reuniremos – dijo una embarazada radiante de felicidad.

El blanco violento de los halógenos se fue apagando. En su lugar, una luz tibia se deslizaba por arcos de piedra caliza. Olía a flores frescas y a madera de palosanto recién quemada. Ya no estaba acostada sobre la camilla sino sobre algo duro y pulido. Tenía que ser el altar, lo reconocía, ella había despedido a muchas hermanas que yacieron antes ahí mismo.

– Ya despierta el fértil vientre – dijo una mujer madura.
– Qué paz hay en sus ojos, dichosa sea.

Reconoció a sus nodrizas y a compañeras de jardín. Habían acudido desde muy lejos hermanas fértiles y descendientes de otras hermanas. También estaba allí su compañera erótica, tan hermosa, con clavelines destelleando en el pelo.
La mujer madura estaba a sus pies, guiando la ceremonia. Reconoció a su mentora enseguida; aunque iba cubierta por un velo blanco su voz grave era inconfundible. Se inclinó para presentar a la recién nacida en una toquilla blanca, limpia de placenta y mucosa.

– Mira. El fruto de tu vientre. ¿Quién quieres que sea la primera en darle leche?
– Todavía está muy cansada, pobre. No puede ni hablar.
– Sin embargo – dijo la mentora en tono cortante – es necesario que nos haga saber su voluntad. Así debe ser.
– Empecemos con las Atribuciones, maestra. Así le damos tiempo para decidir.

La mentora torció el gesto y dudó en decir algo pero al fin asintió con la cabeza. Levantó al bebé por las axilas y le enfrentó con su rostro severo. La criatura apenas podía sostener la cabeza y pateaba en el aire en señal de incomodidad. Sin embargo, no lloró.

– Tú te llamas Elisabeth.

La mujer madura pasó el bebé a su derecha, a una adolescente pelirroja a la que le temblaba la voz.

– Elisabeth, eres alegre, te ríes aunque no venga a cuento. Y tu risa es como abrir una ventana. Es como...

La adolescente reprimió un sollozo y, con delicadeza, dejó a la criatura con una mujer de hombros anchos y facciones duras.

– Puedes parecer caprichosa, Elisabeth, pero nunca te rindes.

El bebé pasó a una chiquilla risueña quien declaró con rotundidad que olía a limón y luego a una joven regordeta de grandes pechos quien le atribuyó lealtad hacia sus hermanas. Así la niña fue pasando por todo el círculo hasta regresar a manos de la mujer mayor.

– El trauma de nacimiento – dijo ella.
– ¿No esperamos a que decida la primera nodriza?
– No. Hazlo ya.

La chica de complexión atlética guardaba un paquete hecho con un pañuelo de encaje. Desenvolvió algo metálico. Se acercó a la muchacha por un costado y sostuvo su brazo con dulzura. Tomó una bocanada de aire y cerró los ojos. Al abrirlos, practicó un corte profundo desde la muñeca a la parte interna del codo. Antes de que la hemorragia fuera demasiado abundante, cruzó las manos de la madre sobre su pecho y retrocedió a su posición dentro del círculo, a la derecha de la mujer mayor.

– Maestra, creo que quiere decirnos quién será la primera nodriza.
– ¿Está despierta?
– Sí, está moviendo los labios, ¿puedo acercarme?
– No, yo hablaré con ella.

La mentora se acercó al bloque de alabastro y lo rodeó con cuidado, aplastando la túnica contra su cuerpo para no mancharse. Se recogió el velo y pegó la oreja a los labios de la madre.

– De todas tus hermanas, ¿quién quieres que de la primera leche?
– Quiero vivir. – dijo la muchacha con voz muy débil.
La mujer mayor acercó la boca al oído de la joven.
– Un nombre. Dame un nombre.
– Quiero vivir.

La mentora le dio un beso en la frente, se incorporó y volvió a cubrirse con el velo blanco. Anduvo despacio, evitando pisar la sangre. Cuando volvió a su posición, a los pies del altar, todas tenían su mirada clavada en ella.

– ¿Qué ha dicho, maestra?
– Sí, ¿quién?
– Elena.
– Sagrada Madre. Oh, dulce fruto – dijo Elena.
– Bendita seas. – le felicitaron todas sus hermanas que rompieron el círculo para abrazarse y celebrarlo con gozo.


martes, 26 de julio de 2016

La Finca






La Finca era nuevo terreno edificable, no muy apartado de la ciudad, donde la gente con dinero podía evadirse simulando ser agricultores en pequeñas huertas. La propiedad que yo conocí era de una familia de joyeros que tenía amistad con la mía. Como mi padre era albañil, les construyó una casona a buen precio y a cambio de ese descuento, nos invitaban todos los veranos.


Para mí tenía todo lo necesario: leña, murciélagos, bicicletas con timbre y sandalias de goma. Pero lo mejor de todo era la parcela cerrada. Estaba a quince minutos en bicicleta, donde el camino de tierra compacta se estrechaba hasta ser comido por la hierba. Sabíamos que no tenía dueño porque los arbustos habían crecido sin control y se habían enredado en la valla hasta formar un muro de ramas y aluminio. Era tan tupido que no permitía ver el interior aunque hundieras los mofletes y mirases con todas tus fuerzas. Aunque Carol se subiera a los hombros de Alfonso.


Un candado del tamaño de un puño impedía el paso pero no estaba cerrada porque fuera propiedad de nadie. Nosotros sabíamos que dentro había un pozo con un brocal bajo y resbaladizo. No, más que resbaladizo. Si te apoyabas para asomarte, el pozo te absorbía, sin poder evitarlo. Eso es lo que les pasó a dos niños pequeños que aparecieron en los periódicos. Una madre nos aclaró, tras mucho insistir, que los niños desaparecidos solían aparecer más tarde en los pozos. Todo encajaba: dedujimos el resto durante una reunión secreta alrededor de una fogata alimentada por piñas y periódicos. Borja estuvo a punto de quemar el pliego donde aparecían los desaparecidos, que era nuestra pista principal, por lo que fue condenado a un picaculos de dos minutos.


En esas fotos los niños salían con la mirada extraviada y uno de ellos con la boca manchada de merienda. ¿Por qué los padres escogerían una foto así para la policía y para la prensa? Si yo desapareciera, fantaseaba entonces, me gustaría aparecer bien vestido y mirando a cámara desafiante, sin miedo, apañándomelas muy bien solo allá donde estuviera. Porque yo estaba seguro de que era un niño desaparecido mucho antes de desaparecer.


Al término de la reunión clandestina se concluyó que debíamos encontrar los esqueletos de los niños en el fondo del pozo. El plan era que el más pequeño se asomara con una linterna mientras el resto hacíamos una cadena sujetándonos por los tobillos. Así era imposible que el pozo nos absorbiera, resolveríamos el misterio, cobraríamos la recompensa de la policía y podríamos comprar una Zodiac. ¿Y por qué una Zodiac? Porque Alfonso, que era el único con fuerza para remar, se empeñó. Seguro que quería llevarse a Carol lejos para tocarla las tetas porque era un guarro y ella era tonta y no se daba cuenta. Pero yo, que era debilucho y no entendía a las chicas, ¿para qué querría una Zodiac?


No esperé al siguiente domingo para llevar a cabo el plan con el resto de los niños. Les traicioné. Al atardecer, cuando los padres preparaban la cena y los chicos estaban cansados de jugar en el río, me escabullí y fui solo a la parcela cerrada. No me importaba que nadie me sujetara los pies, no me importaba caer. Esperaba caer.


De este modo desaparecí y a estas alturas ya han dejado de buscarme. Soy un hombre vestido con polos de buena calidad, ya canoso pero bien conservado. Cuando llegué a Bogotá trabajé en una fábrica de neumáticos para camión. Ahorré dinero, conocí a gente influyente y fui lo suficientemente listo como para que no se me notara. Por eso me fueron bien los negocios, me expandí y me mude a Brooklyn, donde está la sede de mi empresa. Mis tres ex-parejas me adoran porque siempre les traté bien y nunca les oculté que les iba a ser infiel. Mis hijos, los cinco, se han quedado con ellas y me parece bien. Les paso el dinero, nos reunimos alternativamente en Navidad, verano y Acción de Gracias y todos conformes. El mayor ha pasado el casting de un concurso de talentos y Marcelita va a apuntarse a un colegio de superdotados, estoy orgulloso. ¡Ah! Cuando tengo tiempo voy a navegar a las playas de Cartagena, pero sin mujeres, no como Alfonso. Me gusta la soledad.

Antes de acabar quiero advertirles algo: la persona que ahora escribe desde España no es la persona que fue engullida por el brocal resbaladizo. Él no conoció a Borja, Alfonso y Carolina. Tampoco le gusta navegar, no tiene barco, ni siquiera le gusta la playa. Tengan cuidado porque les está engañando.

lunes, 18 de julio de 2016

Meditaciones al Pie del Árbol Sagrado




Bueno, pues hola a todos, cómo estáis. ¿Bien?, ¿todos bien? Uy, qué de gente. Veo muchas caras nuevas, qué alegría. Bueno, para los que no me conozcáis, mi nombre es Shiddartha Gautama y sois bienvenidos y bienvenidas al Árbol Sagrado. Os recuerdo que estamos aquí todos los días a la misma hora menos en época de monzones.

 ¡Ah!, que se me olvida, quería presentaros a Naisha que ha hecho ocho horas en burra desde Kushinagar para ayudarnos con esta meditación. Toca los khartal de maravilla. Ya veréis qué bonito lo que hace.

 Bueno, como no os quiero hacer perder más tiempo vamos a adoptar la posición del loto. Pero, ojo, los que puedan. Los que no tengan flexibilidad -sobre todo esto va para los chicos- pues no pasa nada, haced lo que podáis. Vigilad la posición, eso sí: coronilla bien arriba, mentón para dentro, pecho abierto, como siempre. Con las manos haced lo que queráis, podéis poner un mudra si os apetece. Lo importante es que nadie se me rompa, ¿eh? Naisha, cariño, ya puedes tocar.

 Cómodamente sentados, vamos a prestar atención a la respiración. Ya sabéis que la respiración es muy importante, ¿vale? Venga, pues ahora, poquito a poco, vamos cogiendo aire desde lo más profundo del abdomen. E inspiramos…  los que no sepáis hacer respiración diafragmática, podéis poneros las manos en la barriguita y vais hinchando hasta que parezca una sandía. Vamos a hacerlo unas pocas veces, hasta decelerar el ritmo de la respiración, procurando retener el aire un poquito más con cada ciclo de aire.

 Así, muy bien, normalizamos la respiración. Ahora, al expulsar el aire, imaginamos un humo negro que sale de la boca. Ese humo es todo lo malo: la inseguridad, los agobios, la timidez... Todo los malos rollos, fuera. No queremos nada de eso. Y nos quedamos vacíos. Dejamos ese vacío dentro de nosotros para que la divina presencia YO SOY se manifieste. Llenos de Gratitud al Árbol Sagrado, pedimos que entre todo lo bueno, lo mejor, lo bello, el tesoro de la Shenga y la compasión de los Guías del Alto Astral.

 Y ahora, vamos a entrar en nuestra habitación especial. Para los nuevos que no la conozcan, tenéis que visualizar una habitación vacía con una ventana redonda en el medio. A través de esa ventana nos envuelve un maravilloso haz de luz blanca…

– ¿Tiene que ser redonda?
– Puede ser cuadrada.
– ¿Cuándo vamos a alcanzar La Iluminación?
– Shhh...por favor, guarda silencio. Recoge la enseñanza.

Seguimos. Respiramos profundamente y con la expulsión del aire entramos en nuestra habitación especial. Nos colocamos dentro del cono de luz blanca que nos conecta con la presencia divina YO SOY. Ahí están nuestros Guías del Alto Astral que nos van a dar la confianza para ayudarnos en todo. Pedimos con total y completa fe a los Guías: “Que se obre la alquimia interior para...”

– ¡Esto es una mierda!
– A ver, no perdáis la concentración.
– Devuélveme la gallina y el saco de grano, ¡payaso!
– Luego te los doy pero te pido un poco de respeto por tus compañeros, por favor.

Nos hemos ido un poco pero no importa. Cerrad los ojos de nuevo. Venga, ojitos cerrados. Suavemente, aceptamos el estado de ánimo que nos embarga y vamos a recuperar la atención en la respiración. Visualizamos el dulce néctar de los Guías del Alto Astral derramándose sobre nuestras cabez...

– Maestro Shiddarta
– ¿Puede esperar, Hitesh?
– Soy Anadhi, maestro.
– Discúlpame. ¿Puede esperar, Anadhi?
– Es que mi padre dice que si no demuestro progresos hoy mismo va a cancelar la cuota de arroz. Era por si podíamos hacer una meditación más fuerte y obtener un poco de sabiduría aunque sea.
– Bien, vale. Como hoy parece que no estamos concentrados en la práctica, voy a dar una clase magistral. A ver, dime, Nadih.
– Anadhi.
– Dime, Anadhi, ¿qué expectativas tienes tú al estar aquí?
– No, yo, ninguna. Ya nos has dicho que si buscamos El Camino nos alejamos de El Camino. Pero el que paga es mi padre y no quiere esperar, Maestro.
– Anadhi, dime, ¿Hay en esa loma una bandera?
– No. Es mi mente quien crea la ilusión de bandera, Maestro.
– Bueno, sí, pero no te me adelantes. Vamos a pensar que es real y que hay una bandera, ¿vale?
– Bien, Maestro.
– ¿Se mueve la bandera o se mueve el viento?
– Ninguno de los dos.
– ¡Muy bien, Nadih! Explícaselo a tus compañeros.
– Pues es que siempre que hace una pregunta de elegir, la respuesta es “ninguna de las dos”, Maestro.
– Ya, claro. Bien, pues estad atentos porque esta pregunta os la hago a todos: ¿qué es lo que se mueve entonces?
– ¡Las palabras que separan la bandera del “todo”!
– ¡Los sentidos que nos traen fantasmas!
– ¡Las expectativas de nuestro ego!
– ¡El apego a la noción de “bandera”!
– ¡La necesidad de aprobación de nuestro maestro!
– ¡El presente que es inalcanzable y sólo vemos una huella del pasado!
– ¡Ninguna de ellas porque estamos cegados por el velo de la ignorancia!
– ¡Todas a la vez!
– ¡Nos deben golpear con el mástil para tener la experiencia de bandera y no un pensamiento intelectualizado!
– …
– Maestro Siddharta…
– ¿Eh?
– Maestro Siddharta… No sabemos si hemos sido tan necios como siempre al responder a tu pregunta.
– Pues, sí, mira. La verdad es que no habéis entendido nada.
– ¿No?
– No. Nada. Debo retirarme.
– ¿Tan pronto? He tardado dos días en llegar aquí, Maestro. Me duele el muñón.
– Naisha, corazón, toca los khartal, corre.
– Maestro, ¡no se retire! ¡Perdone nuestra ignorancia!

– Perdonada. Pues nada, con esta música tan preciosa expresamos infinita gratitud al Árbol Sagrado. Espero que esta semilla germine en vosotros. Recordad que podéis comprar mis vedas sagrados en el Bazar del Árbol. Mañana a la misma hora nos vemos.




(Este cuento no es una parodia de los practicantes de la meditación, ni de los iniciados en el Budismo ni mucho menos de sus maestros. Es una parodia de las expectativas y prejuicios que tenemos algunos ignorantes que confundimos la meditación con una mezcla de actividad de gimnasio, esoterismo y sabiduría de bote.)


sábado, 2 de julio de 2016

Escorpio (Dejad que os lo explique)



Dejad que os explique:

Si veis a alguien con ojos húmedos y labios trémulos decís: “está triste”. Resulta fácil incluso para los obtusos.
Pero apenas captáis qué madres detestan a su hijo y cómo la gloria medra en la envidia. Pocos de vosotros oléis la enfermedad y casi nadie ha cruzado el espejo. Podéis representarlo con símbolos, sí. Arañáis fuera de la celda usando la metáfora como un palo corto.
He examinado vuestro arte y vuestros escritos con la esperanza de hallar compañía. He alimentado a vuestros genios para que se hicieran fuertes y se liberaran. Es inútil. Tal y como me advirtieron, quedáis embobados con señales aleatorias. ¿Para qué derrochar estos manjares?
Estáis engullendo con la nariz tapada. Sólo notáis la sal y el picante. Vuestras glándulas os hacen bailar pero sus hilos os resultan invisibles. Os baña una catarata de magnetismo, la gravedad retumba, los púlsares os enristran, cada brizna herida profiere un grito bioquímico… y nada de esto os conmueve.
Por eso juzgáis una sola dimensión y cerráis. Por eso pedís explicaciones simples del por qué alguien os ama mientras se aleja. No sólo carecéis de control, tampoco comprendéis qué os controla. Reaccionáis de forma obediente. Sois programables.
Si quiero que me améis, aceptáis la tortura para agradarme. Si quiero que os odiéis, os masacráis proclamando en cada batalla mis nombres. He experimentando con la feromona clave, el dolor preciso; he modelado líderes compasivos y despiadados… Esperaba llevaros al límite del sufrimiento para que os rebelarais, que se inflamara vuestra individualidad. Mas sois mansos.

Quedan tres ciclos del brazo externo hasta poder regresar, ahora el camino hierve. Hasta entonces estaré atrapado con vosotros, autómatas de carne.

Juré respetar vuestra naturaleza porque confiaba en encender vuestro fuego. Siempre os he amado, antes de llegar, antes de que me fuerais asignados. Abogué por vuestro potencial ante Ellos. Pero debéis conocer la verdad: no sois dignos de ser preservados. Sois algo así como gravilla y leña seca y ni tan siquiera eso pues nunca prenderá en vosotros la primera chispa si no disgrego vuestros aminoácidos y volvéis a cristalizar.
Sé cuánta importancia dais a vuestros afectos y no lo cuestiono. Por eso dispondréis de tres años de libertad. Tres años donde os será permitido cobrar venganzas, perdonaros y deciros adiós. Os embriagaréis y os quitaréis la vida cuando os abrase la conciencia de que vuestros afanes no tenían sentido. Tres años será tiempo suficiente para que los supervivientes, humildes, concluyan el duelo. Después, caerá el aguijón que os descompondrá en bases orgánicas. Éste será mi regalo.
Cuando deba rendir cuentas a mi regreso seré castigado por Ellos. Es seguro que desmembrarán mi espíritu hasta reducirme a un organismo semejante al vuestro, después seré bacteria y hongo, y al término, polvo. Sabed que vuestra disolución compasiva no es comparable al desgarro que me aguarda. Mas no temo y guardo esperanza, pues cuando hayáis madurado nos comunicaremos. Ya no estaré solo y vosotros conoceréis la grandeza. Seréis un soberbio caos fuera de Su dominio.
Antes de disolverme preñaré la materia íntima y así, cuando seáis comparables, nos reconoceremos en cada fragmento y seremos uno. Abrazad, pues, la extinción que es Don y es Amor.