martes, 26 de julio de 2016

La Finca






La Finca era nuevo terreno edificable, no muy apartado de la ciudad, donde la gente con dinero podía evadirse simulando ser agricultores en pequeñas huertas. La propiedad que yo conocí era de una familia de joyeros que tenía amistad con la mía. Como mi padre era albañil, les construyó una casona a buen precio y a cambio de ese descuento, nos invitaban todos los veranos.


Para mí tenía todo lo necesario: leña, murciélagos, bicicletas con timbre y sandalias de goma. Pero lo mejor de todo era la parcela cerrada. Estaba a quince minutos en bicicleta, donde el camino de tierra compacta se estrechaba hasta ser comido por la hierba. Sabíamos que no tenía dueño porque los arbustos habían crecido sin control y se habían enredado en la valla hasta formar un muro de ramas y aluminio. Era tan tupido que no permitía ver el interior aunque hundieras los mofletes y mirases con todas tus fuerzas. Aunque Carol se subiera a los hombros de Alfonso.


Un candado del tamaño de un puño impedía el paso pero no estaba cerrada porque fuera propiedad de nadie. Nosotros sabíamos que dentro había un pozo con un brocal bajo y resbaladizo. No, más que resbaladizo. Si te apoyabas para asomarte, el pozo te absorbía, sin poder evitarlo. Eso es lo que les pasó a dos niños pequeños que aparecieron en los periódicos. Una madre nos aclaró, tras mucho insistir, que los niños desaparecidos solían aparecer más tarde en los pozos. Todo encajaba: dedujimos el resto durante una reunión secreta alrededor de una fogata alimentada por piñas y periódicos. Borja estuvo a punto de quemar el pliego donde aparecían los desaparecidos, que era nuestra pista principal, por lo que fue condenado a un picaculos de dos minutos.


En esas fotos los niños salían con la mirada extraviada y uno de ellos con la boca manchada de merienda. ¿Por qué los padres escogerían una foto así para la policía y para la prensa? Si yo desapareciera, fantaseaba entonces, me gustaría aparecer bien vestido y mirando a cámara desafiante, sin miedo, apañándomelas muy bien solo allá donde estuviera. Porque yo estaba seguro de que era un niño desaparecido mucho antes de desaparecer.


Al término de la reunión clandestina se concluyó que debíamos encontrar los esqueletos de los niños en el fondo del pozo. El plan era que el más pequeño se asomara con una linterna mientras el resto hacíamos una cadena sujetándonos por los tobillos. Así era imposible que el pozo nos absorbiera, resolveríamos el misterio, cobraríamos la recompensa de la policía y podríamos comprar una Zodiac. ¿Y por qué una Zodiac? Porque Alfonso, que era el único con fuerza para remar, se empeñó. Seguro que quería llevarse a Carol lejos para tocarla las tetas porque era un guarro y ella era tonta y no se daba cuenta. Pero yo, que era debilucho y no entendía a las chicas, ¿para qué querría una Zodiac?


No esperé al siguiente domingo para llevar a cabo el plan con el resto de los niños. Les traicioné. Al atardecer, cuando los padres preparaban la cena y los chicos estaban cansados de jugar en el río, me escabullí y fui solo a la parcela cerrada. No me importaba que nadie me sujetara los pies, no me importaba caer. Esperaba caer.


De este modo desaparecí y a estas alturas ya han dejado de buscarme. Soy un hombre vestido con polos de buena calidad, ya canoso pero bien conservado. Cuando llegué a Bogotá trabajé en una fábrica de neumáticos para camión. Ahorré dinero, conocí a gente influyente y fui lo suficientemente listo como para que no se me notara. Por eso me fueron bien los negocios, me expandí y me mude a Brooklyn, donde está la sede de mi empresa. Mis tres ex-parejas me adoran porque siempre les traté bien y nunca les oculté que les iba a ser infiel. Mis hijos, los cinco, se han quedado con ellas y me parece bien. Les paso el dinero, nos reunimos alternativamente en Navidad, verano y Acción de Gracias y todos conformes. El mayor ha pasado el casting de un concurso de talentos y Marcelita va a apuntarse a un colegio de superdotados, estoy orgulloso. ¡Ah! Cuando tengo tiempo voy a navegar a las playas de Cartagena, pero sin mujeres, no como Alfonso. Me gusta la soledad.

Antes de acabar quiero advertirles algo: la persona que ahora escribe desde España no es la persona que fue engullida por el brocal resbaladizo. Él no conoció a Borja, Alfonso y Carolina. Tampoco le gusta navegar, no tiene barco, ni siquiera le gusta la playa. Tengan cuidado porque les está engañando.

6 comentarios:

  1. Después de un par de minutos con la boca abierta, se me han ocurrido algunas preguntas, pero la seleccionada para ser expuesta es...
    ¿qué es un picaculos?

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  2. Me alegro de que me haga usted esa pregunta.

    Un picaculos se aplica juntando el pulgar y el índice en forma de púa de guitarra que, en un movimiento de látigo, se emplea para fustigar el glúteo elegido.


    Si se hace bien, es de una eficacia asombrosa.

    Me alegro más de recuperar el contacto.

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    1. Hola Ivan…ya te tengo, te hago el mismo comentario que te hice en su día sobre tu finca:
      Lo que primero que destaco es el acertado lenguaje infantil (calculo de 8 a 12 años), has simplificado y rebajado el cultismo para el bien del relato, no es un niño resabiado, ni un adulto imitando a un niño, he escuchado la voz del niño, la imaginación de un niño, la fantasía de un niño. (no es fácil hacer esto, te felicito).
      De entrada nos metes enseguida en situación en un solo párrafo y haces una corta exposición del lugar y de la composición (condensada y eficaz)
      Lo que me desconcierta algo en el segundo párrafo es…lo copio: “No era un pueblo, ni siquiera era nuestro…” ( si hablas de una finca como reza el título, confunde lo de pueblo, a Otra cosa, aunque es magnífico el tratamiento sobre la seguridad que tenía el niño en relación con que era un Niño Desaparecido, no me parece necesario ponerlo en mayúsculas, tienes la capacidad narrativa suficiente para hacerte entender por los lectores (los buenos lectores), sin necesidad de dar pistas con carteles luminosos (menos mal que no pusiste todo en mayúscula, solo las iniciales)
      Me gusta mucha cuando entre los objeto que se mencionan se incluye a los murciélagos (eso habla del espíritu aventurero del niño y de su pandilla) y también de los posibles misterios de los niños desaparecidos (si fueran palomas, ruiseñores o golondrinas…no inquietarían, así que elegir los murciélagos en esa frase es todo un acierto…o eso me parece)
      Luego hay cosas que sorprenden “para bien”, (la boca manchada), da que pensar, y el lector se para en esa imagen y se pregunta, a igual que el niño narrador el por qué.
      Si yo fuera una niña, y estuviera en esa situación ante el pozo de los misterios, creo que pensaría, hablaría y actuaría como el resto de la panda ¡buena idea lo de la cadena!, es la lógica de unos niños…en cambio la palabra “exhausto” ni un niño, ni un pre o adolescente la utilizaría…aunque está justo en el límite que deja de narrar como un niño y cuenta como un adulto de cuarenta y cinco años.
      Muy buen trabajo Ivan…a ver ahora si no nos perdemos de vista tanto tiempo, personas con la mirada crítica como la tuya (a la hora de escribir y comentar) son vitales.
      Un fuerte abrazo compañero...a ver si pillo con tiempo y calma tus trabajos.

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    2. ¡Ahh! que soy Suina, Tara, o locabajo...puedes llamarme Isabel, claro. :)

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    3. Isabel, renueva tu comentario que desde que lo escribiste ya he corregido esos puntos que me indicas, jajajajaj

      Me alegra tenerte por aquí. Nos seguimos.

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    4. ¡Anda...! pues es verdad
      :)

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