miércoles, 2 de julio de 2014

Cultura Popular

Esta yo disfrutando de mi café con leche + pincho de tortilla en Cervecería Noviciado:


Cuando, de repente, en la mesa de al lado, irrumpe una conversación de dos viejunos pertenecientes al lumpem. Uno de ellos, el gordo que se sentaba frente a mí, tenía mirada protuyente y la cara varicosa e hipertensa. Sacaba la punta de la lengua al concentrarse en manejar los cubiertos. El otro viejuno, el que se sentaba dándome la espalda era enjuto y de pelo ralo. Llevaba una camisa amarillo pollito que le quedaba dos tallas grande por lo que le daba una apariencia decrépita pero vaporosa al mismo tiempo.

El viejuno amarillo empezó a encarrilar la conversación. Su voz no decepcionaba, aflautada y de poco fuste, parecía salir a suspiros. Sin embargo, llamó la atención de la cocinera que dejó la fritanga para salir a la barra y dar un codazo al camarero, el cual debía ser su marido. No sé que le murmuraba pero debía ser algo así como: "Mira ése de ahí, oye".

En parte inducido por la pareja, yo también afiné el oído. El viejuno amarillo explicaba que la cultura, hace mucho tiempo, era cosa de la Iglesia. Que daba igual si había descubrimientos importantes o gente muy preparada, que lo que no fuera visto con buenos ojos por los curas, no pasaba a la cultura.

El señor gordo masticaba su pincho mientras le prestaba total atención. Ojo, le prestaba TOTAL ATENCIÓN; los señores en la barra le prestaban atención; yo le prestaba atención. Y el señor amarillo, ajeno a su trascendente papel, siguió con voz débil pero a buen ritmo.

Y explicó que llegó un momento en que ya se sabían demasiadas cosas para que la Iglesia las callara; que había miedo, pero no tanto; porque los obispos también tenían sus cosas por ahí y los reyes y los nobles se callaban a cambio de tener también sus cosas. Que además la gente rica, que ya no era tan creyente, ganó poder y la Iglesia tuvo que envainársela. Así que Dios ya no era tan importante sino el hombre.

"El hombre se hizo grande, grande; y claro, se vino arriba. Y entonces lo importante fue lo humano".

El señor hipertenso le escuchaba sin decir palabra y asentía, amasando las palabras. Se quedaron los dos callados. Y yo, que hacía tiempo que me había terminado el café y estaba allí sólo para espiar, casi me levanto y aplaudo porque nunca pude imaginar que en San Bernardo 51 iba a presenciar una clase magistral sobre el surgir del renacimiento que aunara claridad, concisión y falta de pretensiones.

Pensé que este país aún tiene remedio. Llámenme loco, I want to believe.

Aquí se habla de giros antropocéntricos y se come barato.