miércoles, 17 de agosto de 2016

Encuentro de Manuel con su antagonista



Prestó atención a pin de su oreja, asintió y se dirigió al visitante.

—¿Le importa esperar aquí?
—Oiga, que si molesto espero fuera.
—Quédese aquí, por favor. Indira está hablando por teléfono. Le avisará cuando acabe. Si tiene sed, hay una fuente ahí, donde el bambú.
—Ah, qué bien. Gracias.

Manuel se esforzó en aparentar normalidad. Nunca había estado en una oficina que simulara ser un bosque chino ¿o era japonés? Las oficinas que él conocía eran la ventanilla única del ayuntamiento y la sacristía de su parroquia, cuando Don Matías le pidió ayuda para hacer el recuento de ropa donada en Navidad y les llevó toda la noche porque no fue capaz de manejar el ordenador. ¿Quién podría necesitar a un zoquete como él en aquel lugar?

—¿Todo bien?
—Sí, sí.

El hombre corpulento le cacheó con la mirada durante una larga incomodidad y tras una inclinación de cabeza, le dejó solo.

Manuel respiró aliviado. Se dirigió a un asiento cerca del salto de agua pero llamó su atención algo pequeño que correteaba por la hierba alta. También oyó un batir de alas pero no distinguió ningún pájaro a través de la frondosidad del bufete. Había tantas plantas y árboles enanos que se podía sentir su respiración como una sensación fresca sobre la piel. Con los ojos cerrados podía imaginarse fuera del edificio, lejos de la ciudad, en un documental de exploradores. En vez de sentarse, prefirió curiosear.

En la pared opuesta a la entrada, medio oculto por plantas colgantes, descubrió un ventanal del techo al suelo por donde se filtraba luz natural. El vidrio estaba tan limpio que tuvo que adelantar una mano para no golpearlo con la frente al asomarse. No podía creerlo. La ciudad entera podría plegarse en un bolsillo. Era incapaz de distinguir cabezas pero dedujo que los puntos negros, grises y rojos eran vehículos. El tráfico, que allá abajo parecía una locura, ahí arriba se veía armonioso. La red de semáforos bombeaba como un solo corazón, manteniendo viva a una bestia de cemento y prisa que en cualquier momento podría despertar.
Conocía bien las calles pero jamás las había visto con tanta claridad. Todo parecía menos: el olor de la basura, el ulular de las ambulancias, los moratones en los brazos de la enfermera delgada, la gangrena de Benito… El horizonte se veía lejano, hasta se podía apreciar la curvatura de la Tierra. Cuántos Benitos pequeños, ¿Cuántas enfermeras minúsculas podían caber? Docenas, miles, ¡millones! Las tripas se le revolvieron y sin saber por qué, se puso un poco triste.

—Una vista preciosa, ¿a que sí? —dijo una mujer a su espalda.
—Ay, perdone.
—Entonces, ¿tú eres Manuel?
—Sí, mucho gusto.
—Yo soy Indira. ¡Qué ganas tenía de conocerte!

Aquella mujer sacudía la mano con fuerza para ser tan menuda. Manuel reconoció el punto rojo que llevaba pintado en la frente, de pequeño tenía una baraja para jugar a las familias. Aunque su pelo era canoso, los vivos colores de su sari y la piel bronceada le daban una apariencia lozana. No era fácil precisar su edad.

—Si quieres podemos hablar aquí mismo. ¿Nos sentamos? —Tenía una sonrisa tan acogedora que podría convencerle de sentarse encima de un hormiguero.
—Como quiera... Como quieras. Esto es tan bonito que no sé… Estoy impresionado.
—La gente se siente bien aquí y eso me gusta. Oye, Manuel, iba a hacerme un té pero también tengo cerveza, ¿qué te apetece?
—El té está bien. Muchas gracias, ... ¿Indara?
—Indira. —corrigió como un relámpago.

La mujer se adentró en la espesura de su despacho camuflado entre juncos y palmas. Estuvo revolviendo, derramando y borboteando un buen rato hasta que reapareció con una bandeja sobre la que había dispuesto dos cuencos de arcilla y una tetera de hierro.

—Manuel, ¿te cuento una curiosidad del té verde?
—Vale.
—La primera vez lo que preparas, amarga. Pero si insistes con las mismas hojas, acaban sabiendo dulces.
—Pues yo siempre he visto tirar la bolsita después de mojarla.
—Es normal —la mujer se rio mostrando unos dientes blanquísimos—. Este té no es como las infusiones que vienen en bolsitas. Es un té muy bueno. No creo que lo puedas probar por ahí.
—¿Tan caro es?
—No, cariño —Indira volvió a enseñar los dientes—, no ha costado dinero, es un regalo.
—¿Quién te lo ha regalado?
—A mí no. A todo el equipo que trabajó con unos productores en Vietnam. Cuando nos fuimos estaban tan agradecidos que nos regalaron fardos y fardos.
—Vaya.
—Sí, vaya. Nos colmaron de té y de afecto. —la mujer llenó los cuencos una tercera parte. —Son los lazos de afecto lo que diferencia una comunidad de un mercado.
—¿Tienes azúcar?
—No, no. A este té no se le echa azúcar.
—Ah.
—Pero háblame de ti, Manu.
—Pues no tengo nada interesante que contar. El pie se me ha curado, me dejan elegir entre tres primeros, tres segundos y fruta o postre. El colchón es cojon… es muy cómodo. Todo el mundo me trata bien. Estoy contento.
—¿Echas algo de menos?
—No. La verdad es que sí.

Indira tomó un cuenco con ambas manos y se lo llevó a los labios sin dejar de estudiar a su invitado. Su mirada negra resultaba intimidante pero al apartarse el cuenco de la boca volvió a mostrar esa sonrisa tan amable. Manuel imitó el movimiento pero como el recipiente era ancho, el líquido se le derramó sobre el jersey. La mujer ni siquiera bajó la mirada.

—La primera vez que lo tomas sabe amargo... —dijo como si fuera un secreto, inclinándose hacia él.
—Pues a lo mejor sí que te acepto esa cervecita que ya estoy acostumbrado. Si no te importa, Indara.
—Indira. —corrigió, esta vez, sin sonreir.




*Este texto proviene del spoiler de una novela que nunca escribiré. Es una escena intermedia de la novela, donde el protagonista conoce a la que será su mayor enemiga. Se quedarán sin arco de desarrollo, pobres.

viernes, 12 de agosto de 2016

Spoiler de una historia inexistente


La muchacha del balcón vio venir un vehículo que ella no podría pagar ni ahorrando veinte años. Bajaba la calle con parsimonia, como si estuviera buscando aparcamiento. La joven sacó medio cuerpo por encima de la barandilla y absorbió por la nariz con todas sus fuerzas. Esperó. Cuando el coche estuvo cerca, pudo reconocer el logotipo: Chrysler. “Qué cosa más elegante, qué cabrón”, pensó la chica antes de escupir una flema del tamaño de una nuez.

- No me gusta este barrio, señor - dijo el chófer mientras accionaba el limpiaparabrisas.
- Mira, Ignacio, ahí estaba mi casa.
- Si le puede la nostalgia, podría visitar esa fachada a medio derruir por su cuenta. No veo la necesidad de parar justamente aquí.
- Pues me bajaré aquí. Justamente aquí. - dijo el pasajero mientras se desanudaba la corbata.

El vehículo frenó un poco más adelante. Las lunas tintadas preservaban la intimidad de Manuel H. Almagro que se estaba desnudando con parsimonia. Ya en ropa interior, resopló al ver el chándal y el calzado que habían preparado los estilistas. Las manchas de grasa de motor era un detalle claramente excesivo y las zapatillas eran las adecuadas para jugar al paddle pero ya ajustaría esos detalles más tarde.

-Ignacio, quita el seguro. ¿Tú crees que voy bien así?
- Reconozco que lo lleva con gracia.

Olía a campana extractora, orín y gasolina. Manuel H. Almagro estuvo un rato de pie, sujetándose a la portezuela. Al otro lado del coche unas bragas de color carne ondeaban en una cuerda. Suspiró y asestó un buen portazo al Chrysler.

- Señor, el reloj.
- Te echaré de menos, Ignacio. - dijo Manuel entregando el Cartier a través de la rendija de la ventanilla.
- También le echaré de menos, señor.
- ¿No puedes llamarme “Manu”?, he dejado de ser un “señor”.
- En eso se equivoca, señor. - dijo el chófer mientras pisaba a fondo el acelerador.




Esto es el final de una novela imaginaria que nunca será escrita. Pueden ustedes completar la trama que le precede.

martes, 9 de agosto de 2016

Falacia ad Cuñadium o Falacia ad Amarus

Florece un nuevo tipo de falacia (no tan nuevo en realidad) a la que podemos llamar Falacia ad Cuñadium o Falacia ad Amarus* Sí, también la he estado usando.
Sería la falacia complementaria a la Falacia ad Populum (aquella consistente en pretender que una afirmación es cierta sólo porque una gran cantidad de personas cree que es cierta. También conocida como la de las mil moscas y la mierda.)
La Falacia ad Cuñadium NO consiste en decir que algo es una opinión de cuñado o que alguien opina como un cuñado, eso es una ad hominem vulgaris de toda la vida. No.
Consiste en pretender que porque una afirmación haya sido repetida muchas veces o porque uno pueda anticipar de antemano una afirmación ésta pareciera "devaluarse", como si la verdad pudiera perder veracidad por desgaste o falta de originalidad. Algo así como un matrimonio maduro y poco sexy.
Esta maniobra es falaz porque si una afirmación es sólida, lo es la primera vez que se puso sobre la mesa y lo seguirá siendo después, por mucho tiempo que pase, aunque quien la repita no la entienda en profundidad y la diga en mitad de un discurso lábil. Aunque sea aburrido volver a escucharlo. Aunque sea repetida por una gran masa aborregada, inculta y rancia. Aún con todo eso, no tiene por qué ser desechada excepto por sus propios méritos como afirmación.
Al contrario, si una afirmación es tramposa lo será desde la primera vez, aunque suene fresca, provocativa y sea bruñida por una persona ingeniosa.
Se me vienen a la cabeza muchos ejemplos de esta falacia que, en general, no sólo pasan desapercibidos sino que son aplaudidos. Es asombroso lo fácil que ha saltado mis defensas, incluso como ha podido desarmarme aunque intuyera "que había gato encerrado".
Creo entender la razón de por qué funciona tan bien esta falacia, aunque es subjetivo. Tenemos cajas de comentarios debajo de cada noticia y oportunidades de sobra para exponer nuestra argumentación. Nos encanta otorgar nuestra opinión de mierda al mundo, como dicen Los Punsetes, y a la vez somos bombardeados por otras ocurrencias y sus "likes". Aprendemos rápidamente, cual perro de Pavlov, qué tonillo o tipo de chiste es más celebrado.
Desgraciadamente, ese tonillo inteligente no siempre coincide con el rigor intelectual. No estamos al servicio de la verdad sino que usamos la argumentación para exhibirnos. ¿Qué pasa cuando la vieja verdad te hace quedar como rancio o agüafiestas? ¿Qué pasa cuando la exactitud te estropea una buena ocurrencia?
No deberíamos callar la boca a nadie sólo porque ya sabemos de sobra lo que nos va a decir. Ni poner los ojos en blanco porque una afirmación sea demasiado mainstream. Eso es trampa. Exigid a vuestro interlocutor que no sea condescendiente y que demuestre que os equivocáis. Pruebas, no ingenio.
Quizas "ad Cuñadium" sea un nombre equívoco o demasiado dependiente del momento. Ya me entendéis el fondo. Si a alguien se le ocurre un nombre mejor, que lo suelte en comentarios.


*Un Hombre sentado en una silla me ha sugerido bautizar a la falacia con algo que tenga que ver con "aburrimiento". He encontrado "Amarus", que es la raíz de la que deriva "amargo" y tiene que ver con lo triste, aburrido, mustio, incluso irritante. Creo que ilustra bien la identificación errónea de lo poco atractivo con lo falso.


jueves, 4 de agosto de 2016

La mejor amoladora del mundo



Mi amoladora es una Watson320, una preciosidad rusa, superior en todos los sentidos a la serie 400 y a la 500 Black. A diferencia de esas mierdas que te endilgan ahora, la 320 no tiene piezas de otras fábricas, el ensamblaje es perfecto, todos los materiales vibran a la misma frecuencia, no sé si sabes lo que eso significa. Significa perfección. Ya no se encuentra eso, olvídate.


Pero si además le cuatriplicas la potencia te follas la gama alta de cualquier catálogo, directamente. El último motor petó, no estaba preparado para algo tan brutal, así que he retirado la carcasa y he usado otro que se emplea en aeronáutica. No te voy a decir cuál es para no meterme en problemas. Alcanza las 12.000 rpm, y ojo, el eje no cabecea. Ruge pero no vibra. Firme como la mirada de un Dios asesino.


Joder, pues sí, tengo la mejor amoladora del mundo a no ser que exista otro genio que lo quiera mantener en secreto. Pero eso es imposible. Los que manejan este tipo de preciosidades son unos capullos que lo cuentan todo. Y yo el primero.


Mira, quiero enseñarte algo. ¿Ves ese espejo? Parece que le he puesto un marco de madera ¿no? Pues ya verás. Acércate. ¿Eres capaz de ver la unión entre el espejo y el marco? Tómate tu tiempo, mira, mira… Pasa la uña, a ver si notas la junta. ¿Sabes por qué no notas dónde está el hueco entre el cristal y la madera? Porque no existe. El espejo está hecho con la misma madera. ¿No te lo crees? Pues es así.


Por eso invertí tanto esfuerzo en conseguir potencia en el rotor y por eso estoy pagando la cámara congeladora, que me ha costado los ahorros de toda la vida. Bajar la temperatura a menos 50 grados puede llevarme toda la mañana pero es necesario para que no pete el rotor y que aguante el material sin sublimarse. Es complicado de explicar. Lo fácil es alcanzar una frecuencia loca de impactos minúsculos. Sólo así las moléculas se ordenan sin quebrar la estructura. Pero eso es fuerza bruta, no hay mérito en ello.


El secreto es saber graduar el grano del esmeril, la presión y la duración. Sólo unas micras menos en cada pasada, con una progresión muy determinada. No te voy a dar ni la más mínima pista de la fórmula. Eso es lo que todo mundo busca sin encontrarlo y por eso yo soy el puto genio. Pero mira: sí te puedo decir que para lograr este espejo he tenido que cambiar el disco más de ochenta veces y trabajar en sesiones cortas durante un mes. No sólo por el método, sino porque ahí dentro es fácil morir de hipotermia si no atiendes al cronómetro, ¿sabes? Te juegas la vida.


Sí, lo de poderte afeitar mirándote en un espejo hecho con madera es un flipe. Digamos que es un efecto tan chocante que hace que todo el mundo se de cuenta de lo que puede hacer una amoladora, así, al instante. Pero esto es algo que conseguí con discos que cualquiera puede comprar. No es mi asunto ahora.


Ando en otra cosa que no tiene que ver con... el bricolaje. Necesito que me apoyes. Por eso insistí tanto en que vinieras a ver las instalaciones y demostrarte que no soy un flipado de internet. Que quede claro: no es dinero lo que busco. Sí, necesito apoyo económico de momento pero sobre todo busco independencia, un socio que vea en esto algo más que un negocio. ¿Sabes cuánto me ofrecen por las patentes de los discos que ya he registrado? Podría ser rico ahora mismo. Podría pedirle a mis putas que lleven el timón de mi yate.


Mira, los esmériles que uso no tienen nada que ver con el diamante ni con nitruro de boro y mucho menos con el grafeno de los cojones. No le veo un uso comercial a corto plazo porque no busco dureza ni rapidez. Puede estar hecho con fibras relativamente resistentes, como el hilo de araña aunque ni tan siquiera tiene que ser un sólido. Puede ser la corriente de un fluido, un gas, incluso vibraciones a frecuencias determinadas que resuenen. Cuando digo vibraciones no me refiero a láser, ni a electromagnéticas de toda la vida. Olvídate.


¿Cómo te lo explico? Va más allá de manipular los materiales. Por favor, estoy confiando en ti a tope, ¿vale? Que no salga de aquí. No se trata de manipular las moléculas a escala atómica y ya. Se puede reordenar el comportamiento de las putas entrañas de las cargas, de la masas, de las partículas más pequeñas y aún más adentro. Puedes alterar las propiedades que definen a esas partículas, algo que se supone que no puede ocurrir, ¿me captas? Pues es posible. No puedo decirte más. Lo siento, es difícil de explicar técnicamente y además aún no sé si puedo confiar en ti. Pero mira, te quiero enseñar algo para que lo acabes de flipar. Lo último y ya te puedes marchar, lo juro.


¿Ves ese trozo de cristal ahí colgado? Míralo de cerca. No es cristal, es una gota perfecta de sulfuro de carbono, una esfera pulida a escala atómica. No, no hay nada que lo sujete. En realidad es una gota de sulfuro de carbono como cualquier otra. Lo que me ha costado bruñir es el espacio alrededor. Ah, ¿que no entiendes nada? Pues cuando te enseñe lo que le he hecho a mi cerebro… vas a entenderlo todavía menos. Ni el puto Buda pudo conseguir meditando lo que yo me he hecho con esta amoladora. Ahora necesito el dinero para conseguir un escáner de tambor. En el hospital ya no me quieren enseñar las tomografías, los hijos de puta. Creo que sospechan que nadie puede golpearse tantas veces la cabeza por accidente.

No me gusta nada la cara que me estás poniendo, tío. No, en serio, no me tomes por tonto. Bueno, lo que tú digas, ya te lo explicaré todo otro día, ¿de acuerdo? Te abro la puerta.

lunes, 1 de agosto de 2016

Utopía


¿A qué sabe UTOPÍA?

A viaje sin control militar.
A puesta de sol sin mascarilla.

A fiesta con personas reales.

¡UTOPÍA sabe sólo a lo que te gusta!


Y ahora, prueba los nuevos sabores:
UTOPÍA Frutas de la Tierra
UTOPÍA Agua Fresca.