jueves, 8 de agosto de 2013

Rojo (1)


La joven tenía prisa por llegar al salón del trono. No había sido fácil para ella decapitar al carnero, de ahí su retraso. La muchacha, casi una niña, de piel blanca, llevaba la cabeza agarrada por un cuerno, con el brazo estirado. Las arterias del cuello del animal, mal serradas, no paraban de manar sangre y goteaban sobre las baldosas de mármol. ¿Quién limpiará todo esto?, pensó la joven. Elevó el brazo para evitar dejar un reguero de manchas oscuras. La sangre viscosa tomó su brazo como canal para llegar al interior de la ropa. Sentía cómo se empapaban las enaguas desde la axila hasta el vientre. La caricia de la sangre tibia le resultó agradable y tuvo la esperanza de que la tela no pudiera frenar su descenso hasta el pubis. Al descubrirse gozando de placer sensual sintió nauseas y tuvo que detenerse a tragar una arcada, apoyada en la pared que era toda hecha de espejo. No dejó caer el encargo urgente de Su Señor. Trató de respirar para serenarse. Superó con éxito la crisis y siguió caminando con celeridad hasta doblar la última esquina del pasillo. Allí estaba la puerta de cedro tallada a partir de un sólo tronco, custodiada por dos alguaciles, casi desnudos.

2 comentarios:

  1. Bien, bien. Nueva serie perpleja, eros y tánatos a saco... mola, mola.
    Kirk (a ver si encuentro la manera de dejar de comentar como anónimo)

    ResponderEliminar
  2. Trataré de que no caiga, señor.

    ResponderEliminar