lunes, 12 de agosto de 2013

Rojo (2)





Un guardia se coloca a la espalda de la joven, pone las manos en su cintura y las desliza hacia su vientre, despacio. Aprieta su cuerpo. Quiere provocarla. Ella trata de apartarle golpeándole con una mano pero está ocupada tratando de que la cabeza de carnero no gotee sobre su ropa. El otro guardia decide que ya es suficiente. Abre la puerta y le hace un gesto para pasar. La chica se siente ofendida pero no dice nada y se pone firme. Estará a la altura de las circunstancias.

Siente cómo su rostro se enrojece al ver que nadie dentro del salón está vestido, ni siquiera una mínima tela. Parece formar parte del protocolo y se inquieta al pensar que ella debe adoptarlo. Sus cuerpos y sus rostros, debe admitir, son especialmente hermosos, tanto los de ellos como los de ellas. El Señor, también desnudo excepto por un sombrero carmesí, de figura imponente, está sentado en el trono con los pies encima de una mujer que ha adoptado la postura de un gato dormitando. Le han hecho entrar por una puerta lateral, a la izquierda del trono. Su presencia no ha sido advertida. Uno de los guardias murmura algo al oído de un efebo rubio que se dirige al centro y, en voz alta, anuncia su llegada como "la casta granjera". El Señor gira la cabeza. Observa a la joven largo tiempo, evaluando. Al fin sonríe y da una patadita en las nalgas a la mujer para que se aparte. Se ríe sin dejar de mirar a la muchacha. Hace una señal informal con la mano para que la visitante se apresure y se acerque.

La chica avanza al centro del salón tratando de no fijarse en ninguno de los presentes aunque está segura de que ellos sí están atentos a sus movimientos. Delante del trono dobla la espalda en señal de respeto, torpemente, y con ambas manos ofrece la cabeza sangrante del animal a Su Señor. Cuando él se pone de pie la joven se azora. Sólo había visto algo así en los animales y además esa cosa está enhiesta. Teme que adivinen su incomodidad así que baja la mirada sin dejar de alargar los brazos.

– ¿Has matado al animal con tus manos?, pregunta él.
– Sí, – responde la granjera tratando de aparentar firmeza.
– ¿Pero por qué un carnero?, ¿no te han dicho que quería un cordero?
– Lo siento.
– Quiero saber por qué no has matado un cordero. No estoy enfadado. Me interesa saberlo.
– No he podido, – responde la chica con franqueza. – Me ha dado pena.

El Señor se acerca a la "granjera" que no baja los brazos y trata, a toda costa, de no mirar su entrepierna.

– ¿Has serrado una cabeza y has sentido lástima de un cordero?, le dice el Señor mientras le acaricia una trenza.

La chica no sabe qué decir. Él agarra la cabeza de carnero por un cuerno, la eleva por encima de su cabeza y se deja salpicar por gotas rojas, ahora poco abundantes. El hedor empieza a ser nauseabundo. El Señor dobla la nuca y mira el interior del animal: vértebras, arterias, tráquea, los músculos desgarrados del cuello.  Se complace sintiendo la caricia de los colgajos en su rostro. La joven reprime una arcada.

Cuando acaba de degustar las entrañas frescas del animal El Señor arroja la cabeza hacia atrás como si fuera el corazón de una manzana. Un sirviente la recoge diligentemente. Se acerca a la joven, le agarra de la barbilla para que suba la mirada y mirándola fíjamente le pregunta:

– ¿Y si te encargara hacer lo mismo con una mujer?

5 comentarios:

  1. Se te ha ido la olla,... esto es una orgía en plan Eyes Wide Shut... estás palote últimamente querido.

    Ant

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  2. Ayayay. Esto es muy Kubrick. Me gusta.

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  3. Pues yo estaba más pensando en Greenaway, pero vale, aceptamos Kubrick.

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  4. Yo no veo a Kubrick.
    Vaya proyecto has puesto en marcha. Nos exiges mucho.

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  5. Sí, es cierto, abuela. Me doy cuenta y pido disculpas pero tenía que hacerlo. Lo que me asombra es que todavía quede alguien por aquí. Gracias, por descontado.

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