viernes, 4 de octubre de 2013

La reina y los movimientos de las piezas del ajedrez (6/6)


La reina y el alfil.

Hay varios grados en el arte del secreto. El alfil maneja infinidad de ellos pero no es muy competente dado que todos lo dan por supuesto. Las mentiras poderosas jamás son pronunciadas ni escritas, sólo pesan en el corazón humano. La sonrisa de una dama revela un pacto vergonzoso, el broche elegido advierte de una conspiración y un chiste reído a destiempo es la amenaza de un próximo ataque. Nadie como la soberana es capaz de desentrañar la maraña de sobreentendidos con las preguntas y silencios precisos al tiempo que blinda su propio rostro.

Allí donde no llegan los ojos de la reina están los oídos de la joven que trabaja en su peinado, la charlatanería aparentemente frívola de la jefa de cocina o la discreción atenta de su dama de compañía. A todas ellas les otorga amabilidad sincera a cambio de una lealtad incorruptible. De nada le serviría un batallón de espías sigilosos, astutos y diestros en el arte de matar si tuviera que pagar por su servicio. Esa ventaja aparente es un futuro chantaje.

La reina y la torre.

La reina ha evitado batallas que hubieran sido un error estratégico provocando otras cuyo saldo resultó positivo. No necesita planos del terreno ni exploradores del enemigo. Le basta un mensajero para provocar un enlace matrimonial, festejar un sacramento o confundir los sentimientos de un caballero sin dejar pruebas. Papel, lacre como firma oficial y su perfume como rúbrica efectiva. El arte de la redacción, de la firma y la caligrafía, de la ambigüedad, de los resortes inconscientes. En estas operaciones debe decidir qué parte del ejército morirá. Una torre sentimental es peligrosa ya que podría ser objeto de su piedad. Por ello su escuadra suele ser el sacrificio adecuado. La última torre con su ejército cayó a causa de la correspondencia de un cortés enemigo al que eligió no responder nunca más. Sus remordimientos por ello son lacerantes e impecables.

La reina y el caballo.

La belleza es parte del juego de sobreentendidos. Su Majestad ha deformado costillas y vértebras, introducido parásitos en su intestino y puede permanecer inmóvil durante horas para no desencajar un cabello de su tocado ni provocar la mínima grieta en su máscara. La dejación manda un mensaje claro a sus enemigos: fatiga. Por ello la reina camina en el filo entre la coquetería y el honor. Son útiles los caballos que pierden la mesura a la menor señal pues son voceros de su atractivo sin ver comprometida su decencia. Si una mañana aparece una imperfección grave en su piel no hay mejor maquillaje que aceptar el tercer vals. Debe, sin embargo, guardar esta baza. No abundan los cortesanos inconscientes y si su esposo decide eliminarlos nada podría hacer para interceder. Cuántas veces ha fantaseado con compartir esa libertad. El caballo puede ser paladín y hombre al tiempo pero la reina debe ser tan sólo eso.

La reina y el peón.

La reina detecta los secretos sin delatar su existencia. Sin embargo, al ser ella el principal objeto de los mismos, los teme más que nadie. Los nobles de la corte también desean que los secretos sigan siéndolo, por ello son menos peligrosos de lo que les gusta creer. Sólo alguien sin honor que perder ni delito que confesar puede ejercer el mayor poder al respecto: crearlos. Es irrelevante si el secreto generado parte de una mentira. Cada rumor que penetra en palacio cambia las reglas del juego. Si la reina pasara por alto alguna de las "cosas que se cuentan por ahí" podría cometer una torpeza imperdonable.

No hay bestia más astuta y encarnizada que la hambrienta. Miles de peones, entre bromas y miradas indiscretas, no dejan de frotar sus lenguas de pedernal sin que ella pueda hacer otra cosa que aislarse para no regalarles ni un grano de yesca. El día que uno de ellos logre encender la chispa oportuna, las llamas serán atizadas dentro de la corte hasta que la soberana pierda su dignidad y con ella, su poder. No podrá hacer otra cosa que inmolarse a cambio de otra reina.

La reina y el rey.

Cuando se acuerda el enlace de una princesa siempre se le dice que aprenderá a amar a su esposo. De niña la reina lloraba porque no podía imaginar que fuera cierto. Su matrona, al oírla sollozar tras la puerta, entró y le pegó una paliza tan cruel que ella también acabó quebrándose. Lloraron en silencio las dos, abrazadas, arrodilladas en el suelo. La reina prometió no llorar más.

La última vez que estuvo a punto de incumplir su promesa estaba sentada en el jardín de orquídeas. Un caballo joven, su maestro de baile, murió para protegerla de los espías de un alfil. Cometió el error de exponerse demasiado pronto en la partida. Loca por la culpa, no reflexionó. Aprovechó que un oficial estaba enamorado de ella y, sin dar parte al rey, mandó a las tropas de la torre oeste a apresar a los asesinos. También cayeron. Era una trampa de la reina enemiga con quién había compartido una charla amistosa tres jugadas antes. Interpretó bien sus debilidades y en quién confiaba. Ahora no había quién le diera la paliza que necesitaba.

El rey no consiente que absolutamente nadie se acerque a las orquídeas. Por eso, cuando vio a su joven esposa en el jardín, se dirigió a ella para reprenderla. La reina, al advertir que no estaba sola, se recompuso rápidamente, se frotó la cara y con expresión beatífica fingió contemplar la belleza de las flores. El rey cambió de actitud al acercarse. Dudaba qué decir. Al final arrancó uno de sus más preciados ejemplares, la Masdevallia rolfeana, y la dejó en el regazo de su mujer. De inmediato la soberana se levantó y protestó por haber manchado de tierra su vestido blanco.

La reina siempre lleva un anillo hueco, brillante y ostentoso. Nadie osaría preguntar pero todos sospechan que contiene arsénico o belladona. Es perfecto para guardar los pétalos secos de una orquídea negra que su dama de compañía recogió del suelo del jardín aquella misma noche.

Que Dios salve a La Reina. Nadie más lo hará.


Signos zodiacales: Libra y Virgo.
Arcanos del Tarot: Emperatriz, Sacerdotisa, Justicia y Templanza.
Colores: Rosado y Turquesa.
Instrumento de grupo pop: Voz.
Material de dibujo: Sacapuntas.
Alineación en el fútbol: Delantero.
Lance del amor: Renuncia.

Cajas sorpresa: [Caja 1] [Caja 2] [Caja 3]

8 comentarios:

  1. Eh, al final, cuando has acabado con las presentaciones y te has arrancado con el relato, me lo he pasado todavía mejor.

    Felicidades una vez más por estas piezas, las he disfrutado mucho.

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  2. Me alegra que lo haya pasado bien, abuela, de verdad.

    Un abrazo.

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  3. Ésta es mi famosa emperatriz... Me ha encantado la serie...

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  4. ¡Qué buena la serie! De todos, me quedo con el caballo.

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  5. ¿El caballo? Pues a mí no creas que tanto.

    Soy más de reina, ya se nota, la he enchufado descaradamente. Y el alfil también me gusta, pero de malo, no de empatizar con él ni nada. Me gustan los personajes contenidos, que hacen lo que deben, me fascina esa cualidad. Por eso el caballo me parece un poco sin sustancia, no me engancha, no sé.

    Cada cual tiene sus resortes, ¿no? Es curioso.

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  6. Me ha encantado la serie, cómo has ahondado sin piedad en las intrigas del amor cortés y trovadoresco.
    Yo ya te dije una vez que eres un genio renacentista, y en este entorno te he encontrado muy cómodo. Quizás he encontrado de más las referencias al equipo de fútbol y al grupo pop, incluso al material de dibujo. En cambio, todo un detalle el de las cajas sorpresa.
    Me has dado el mejor momento internetero de la semana.
    Kirk.

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  7. ¡Señor Kirk! Qué sorpresa más buena encontrarme aquí a uno de mis maestros. ¿Pero cómo me ha encontrado en la vasta internet?

    Da igual, este sí que es momentazo internetero.

    Un abrazo muy fuerte.

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  8. Tu serie de estrategias ajedrecistas es lo mejor que he leído desde hace mucho, pero que mucho tiempo.
    Lo digo en serio....mira, no sonrío. Seria y solemne, y hasta muda. Mmmmmmmmmmm.
    ¡Pero que bueno perplejo!
    Asombrada Suina.

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