jueves, 4 de agosto de 2016

La mejor amoladora del mundo



Mi amoladora es una Watson320, una preciosidad rusa, superior en todos los sentidos a la serie 400 y a la 500 Black. A diferencia de esas mierdas que te endilgan ahora, la 320 no tiene piezas de otras fábricas, el ensamblaje es perfecto, todos los materiales vibran a la misma frecuencia, no sé si sabes lo que eso significa. Significa perfección. Ya no se encuentra eso, olvídate.


Pero si además le cuatriplicas la potencia te follas la gama alta de cualquier catálogo, directamente. El último motor petó, no estaba preparado para algo tan brutal, así que he retirado la carcasa y he usado otro que se emplea en aeronáutica. No te voy a decir cuál es para no meterme en problemas. Alcanza las 12.000 rpm, y ojo, el eje no cabecea. Ruge pero no vibra. Firme como la mirada de un Dios asesino.


Joder, pues sí, tengo la mejor amoladora del mundo a no ser que exista otro genio que lo quiera mantener en secreto. Pero eso es imposible. Los que manejan este tipo de preciosidades son unos capullos que lo cuentan todo. Y yo el primero.


Mira, quiero enseñarte algo. ¿Ves ese espejo? Parece que le he puesto un marco de madera ¿no? Pues ya verás. Acércate. ¿Eres capaz de ver la unión entre el espejo y el marco? Tómate tu tiempo, mira, mira… Pasa la uña, a ver si notas la junta. ¿Sabes por qué no notas dónde está el hueco entre el cristal y la madera? Porque no existe. El espejo está hecho con la misma madera. ¿No te lo crees? Pues es así.


Por eso invertí tanto esfuerzo en conseguir potencia en el rotor y por eso estoy pagando la cámara congeladora, que me ha costado los ahorros de toda la vida. Bajar la temperatura a menos 50 grados puede llevarme toda la mañana pero es necesario para que no pete el rotor y que aguante el material sin sublimarse. Es complicado de explicar. Lo fácil es alcanzar una frecuencia loca de impactos minúsculos. Sólo así las moléculas se ordenan sin quebrar la estructura. Pero eso es fuerza bruta, no hay mérito en ello.


El secreto es saber graduar el grano del esmeril, la presión y la duración. Sólo unas micras menos en cada pasada, con una progresión muy determinada. No te voy a dar ni la más mínima pista de la fórmula. Eso es lo que todo mundo busca sin encontrarlo y por eso yo soy el puto genio. Pero mira: sí te puedo decir que para lograr este espejo he tenido que cambiar el disco más de ochenta veces y trabajar en sesiones cortas durante un mes. No sólo por el método, sino porque ahí dentro es fácil morir de hipotermia si no atiendes al cronómetro, ¿sabes? Te juegas la vida.


Sí, lo de poderte afeitar mirándote en un espejo hecho con madera es un flipe. Digamos que es un efecto tan chocante que hace que todo el mundo se de cuenta de lo que puede hacer una amoladora, así, al instante. Pero esto es algo que conseguí con discos que cualquiera puede comprar. No es mi asunto ahora.


Ando en otra cosa que no tiene que ver con... el bricolaje. Necesito que me apoyes. Por eso insistí tanto en que vinieras a ver las instalaciones y demostrarte que no soy un flipado de internet. Que quede claro: no es dinero lo que busco. Sí, necesito apoyo económico de momento pero sobre todo busco independencia, un socio que vea en esto algo más que un negocio. ¿Sabes cuánto me ofrecen por las patentes de los discos que ya he registrado? Podría ser rico ahora mismo. Podría pedirle a mis putas que lleven el timón de mi yate.


Mira, los esmériles que uso no tienen nada que ver con el diamante ni con nitruro de boro y mucho menos con el grafeno de los cojones. No le veo un uso comercial a corto plazo porque no busco dureza ni rapidez. Puede estar hecho con fibras relativamente resistentes, como el hilo de araña aunque ni tan siquiera tiene que ser un sólido. Puede ser la corriente de un fluido, un gas, incluso vibraciones a frecuencias determinadas que resuenen. Cuando digo vibraciones no me refiero a láser, ni a electromagnéticas de toda la vida. Olvídate.


¿Cómo te lo explico? Va más allá de manipular los materiales. Por favor, estoy confiando en ti a tope, ¿vale? Que no salga de aquí. No se trata de manipular las moléculas a escala atómica y ya. Se puede reordenar el comportamiento de las putas entrañas de las cargas, de la masas, de las partículas más pequeñas y aún más adentro. Puedes alterar las propiedades que definen a esas partículas, algo que se supone que no puede ocurrir, ¿me captas? Pues es posible. No puedo decirte más. Lo siento, es difícil de explicar técnicamente y además aún no sé si puedo confiar en ti. Pero mira, te quiero enseñar algo para que lo acabes de flipar. Lo último y ya te puedes marchar, lo juro.


¿Ves ese trozo de cristal ahí colgado? Míralo de cerca. No es cristal, es una gota perfecta de sulfuro de carbono, una esfera pulida a escala atómica. No, no hay nada que lo sujete. En realidad es una gota de sulfuro de carbono como cualquier otra. Lo que me ha costado bruñir es el espacio alrededor. Ah, ¿que no entiendes nada? Pues cuando te enseñe lo que le he hecho a mi cerebro… vas a entenderlo todavía menos. Ni el puto Buda pudo conseguir meditando lo que yo me he hecho con esta amoladora. Ahora necesito el dinero para conseguir un escáner de tambor. En el hospital ya no me quieren enseñar las tomografías, los hijos de puta. Creo que sospechan que nadie puede golpearse tantas veces la cabeza por accidente.

No me gusta nada la cara que me estás poniendo, tío. No, en serio, no me tomes por tonto. Bueno, lo que tú digas, ya te lo explicaré todo otro día, ¿de acuerdo? Te abro la puerta.

2 comentarios:

  1. jejje...está buena la amoladora. La historia tiene un in crescendo de vis cómica a medida que va avanzando el relato, hasta ser delirante.
    Hoy le comentaba a una amiga que ya no se hacen o construyen las cosas para que duren, las programan para que tenga un determinado tiempo de vida (más bien corto), así que no creo que tu amoladora tenga éxito en el mercado, me temo.

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  2. Es que mi amoladora no es para que el mundo la compre sino para pulir el mundo. Mi amoladora es el Rayo de Zeus. el Martillo de Thor y la Destructora de Documentos de Bárcenas.

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